Lo fui todo


Lo fui todo ese día.

Fui aquel aparato, que de una forma en que se lo pidió su dueño, avisó casi con pesar, que había que encontrar las miradas. Temeroso, con aquel mensaje en sus adentros, llamé la atención de aquella mano, que tantas veces me utilizó para hacerme hablar sin sonido. Y sin embargo, en ese momento, no fueron las yemas las que respondieron, sino los ojos y la boca, que reflejaron la tristeza de lo que dije. No pude evitar sentirme culpable. Sin hablar, había causado la melancolía, y había borrado la sonrisa de la boca, para hacer que el corazón latiera más fuerte. Aún así, después de meditarlo, recibí una nueva orden, que con pesadez se refería a una taza de café.

Fui también los zapatos que, a pesar de que suelen tocar el suelo con algún tipo de gracia, ese día decidieron restregar su rostro contra el pavimento. Lentos, pesados, preocupados por no moverse con la velocidad adecuada. Al tanto de el llanto que no se escuchaba, pero que se sentía a cada paso, largo, a tres tiempos como siempre, pero no era un Waltz lo que danzaban, sino una marcha, directo hacia la incertidumbre que recorría hasta la punta del dedo pequeño. En donde yo, los zapatos, intenté marcar uno que otro obstáculo, tal vez con la intención de no llegar.

Más tarde, y de la única manera en que podría autodefinirlo, fui el reloj. No el tiempo, ya que nadie puede suplantar su lugar, por su posición de inexistente, pero si fui el reloj. Caminando sin zapatos, no como yo. Pero si, con mis dos piernas, avanzando temerario hasta marcar la hora que de cualquier manera, los ojos no querrían ver. Como siempre, me hice tarde, sintiéndome culpable sólo por haber llegado a donde estaba. Mi tiempo intentó detenerse justo cuando el corazón pareció recordar que ya era la hora. Pero las manos, estaban demasiado ocupadas para sacarme de aquel bolsillo, que también fui (pero mi historia como bolsillo fue muy aburrida). Así que fue de esperarse, que a pesar de mis esfuerzos, hice llegar tarde a los pies. Sin embargo, a partir de ese momento, y en cualquier segundo posterior, siempre marqué la hora correcta, exacta, siempre marqué el instante en que la vida tendría un diferente significado.

Fui el aire frío. Envolviendo al rostro, y al otro rostro. Uno con ojos cansados, y pocas fuerzas, y aún así, decidido. El otro, mucho más delicado, suave al tacto, y definitivamente hermoso. Quisiera mejor haber sido los ojos en ese momento, para dejar mi labor de mantener la vida, y dedicarme a observar la belleza que se presentaba no frente a mi, sino dentro de mi. Un pequeño viento frío, que erizó la piel justo antes de de comenzar una palabra. Al menos, en ese segundo, fui testigo, de la extinción de una llama, que se rehusaba a morir. Lástima que dejé de ser el viento en alguno de esos segundos, porque morí antes de poder llenar el interior de el cuerpo, el mío propio, y el de ella.

Después tuve el trabajo más pesado: Fui aquella mesa. Siempre obligada a ver hacia arriba, vi al mentón, y vi a los ojos a penas. Mi cuerpo, hecho de una madera que ya nadie reconoce, tuvo la compleja tarea, como siempre, de llevar el peso de aquellos que vivieron alguna felicidad, o alguna infelicidad sobre sus manos. Y ese día, no sólo pude ver a los ojos, sino que mi madera se hinchó de manera imperceptible, porque desde aquellos rostros, vi llover sal. Y con cada gota, el peso se hizo cada vez más grande. A penas y lo notaron, pero yo estaba a punto de quebrarme también, porque aquellos que descansan sobre mi, también dejan sobre mi rostro sus problemas, y esos pesan más que un par de brazos. Por suerte, en comparación a los otros, no dejaron su corazón sobre mi. Abría muerto aplastado.

Me tocó ser la luna, y su capa negra que los envolvió antes de lo esperado. Y al contrario de aquella mesa, tuve que ver hacia abajo, escudriñando una joven pareja que no sabía acerca de nada, más que de una eternidad obtusa, cuya única garantía, es que se pertenecen. Lloré una estrella fugaz, al ver que por un segundo, sus rostros recordaron mi presencia, y que además, me recordarían para siempre, inmóvil y estática, pintada para siempre sobre los ladrillos que pisaban, como el momento, en que se dijeron lo único que había que decir. Yo también los extrañaré.

Fui los labios, que abandonaron su labor inmediata de hablar, para callar lo que los ojos hacían evidentes. Me encontré con los otros labios, y sintiendo que no habría otra posibilidad, nos transformamos en cera, fundida por el calor del aliento, y con el sabor característico de un cariño que no puede ser ignorado. No hablaré más como unos labios, porque me dedicaré a recordar, como es estar en silencio con los suyos.

Por último, fui el corazón. De manera en que dentro de mi, pasaron las calamidades, y las bondades más abrumadoras de todas. Fui al mismo tiempo un mar de melancolía y un cielo de comprensión que se amalgamaba de manera violenta en mis cavidades. Latí a un ritmo acelerado, potente, que hacía daño, pero no me detuve. Pasaron por mi las palabras de la boca, y pasaron por mi las lógicas de la mente, todos vertiéndose sin permiso dentro de mi, irrumpiendo la quietud, y cambiándola por una necesidad de cumplir con mi función. Le mantuve vivo. Con cada frase, con cada extrañar, mis fibras se volvieron más flacas, y mi rostro imaginario se hizo de un significado. Debo decir, que como el corazón que fui, lloré más de lo que los ojos pudieron haberlo hecho, y más de lo que la luna haya podido dejar pasar en su rostro. Dentro de mi, no existió el tiempo, ni camino que seguir con ningún zapato, y a pesar de todo, me rehusé a sentir frío, porque en ese momento, no estaba sólo, tenía un hermano muy cerca de mi, que palpitaba también. Y que me decía, que algún día, me volvería también una persona que aún no existe... pero que al igual que yo, lleva el nombre de el conocimiento. Creo que quise ser una Sophia.

Como corazón, entendí más que la mente, y sentí más que la piel. Siendo el corazón, no hubo quien sintiera más la pérdida de su Quantum, y extrañé, aún más que el estómago, el vacío que quedó en mi. Y que hacen, que me de pena por el pecho, que ahora debe cargar con un vacío, que de manera contraria, pesa más que un poco de mi completo.

Por otro segundo... debo admitir. Fui ambos...



Kundu del Castillo

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Relatos de un cuervo

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Sin ser humano, se decidió por fin a dar vida a la razón.

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Existen una minoría en este mundo, de personas que se quedan admirados de su propio pensamiento, y no obstante, que se dan cuenta de la peculiaridad de esa cualidad como especie que tenemos, de conocer y pensar sobre nuestro nuestra propia situación llamada existencia. Me considero una persona al tanto de la belleza que nos rodea, al tanto de los diferentes mundos que existen dentro de las mentes de los otros. Y gracias a eso, me he convertido en una persona en constante búsqueda de aquellos que parecen brillar y resaltar de entre una multitud de indiferencia, y tal vez ignorancia hacia la naturaleza que nos rodea. A través de este medio, quisiera idealmente hacer saber, mi lado menos humano, y por lo tanto, más natural, con la esperanza de que por un instante dejen a un lado su humanidad y se dediquen a observar, a pensar, y saborear las texturas de la subjetividad.

Por ejemplo, si vienes a visitarme todos los días a las cuatro de la tarde, desde las tres ya estaré felíz.

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