Piedad









–Mors…

–¿Eu?

–¿Te has preguntado hacia donde van las estrellas fugaces?

–No en verdad

–Pues hubo una persona que lo descubrió, y lo hizo porque estaba muy enojada.

–¿Ah si?

–Su nombre, como sabrás por algún extraño motivo, era Ana. Ella era fotógrafa.


»Todavía no terminaba de estudiar fotografía, y ya se sentía un poco frustrada por haber comenzado a penas su carrera. Su padre y su madre, nunca estuvieron realmente de acuerdo; era de esperarse que pensaran que su hija moriría de hambre tomando fotos aquí y allá, así que su padre maldijo el día en que le cumplió aquel capricho de comprarle la cámara que quería

Ana, era una persona de esas, que no las notas a menos de que te la señalen, siempre por detrás del tumulto, observando solamente, capturando con su cámara el movimiento que ocurre a su alrededor, y no el suyo. Parte de su frustración, era gracias a que le era prácticamente imposible relacionarse, la verdad es, que era demasiado boba para conocer gente.

De cualquier manera, todas las personas a su alrededor, a través de su lente, parecían no tener rostro, sólo eran parte de aquel cuadro que ella intentaba capturar, pero nada más.

Ese día, tenía un hambre notable.

La preocupación de sus padres estaba bien justificada ya que no tenían muchos recursos, y aquel lunes, no había podido comprar nada para el desayuno y ciertamente, eso la ponía de malas, no por el hambre, sino por la situación.

Con cada rugido de su estómago, imaginaba al mar de rostros impersonales poniendo su atención en ella, como si supieran que en sus bolsillos no había nada, y la desaprobaran como ser humano.

Para Ana, era un sentimiento difuso, pero muy profundo, como una comezón que no puedes ubicar, o como una cortada de papel en un dedo difícil de encontrar, pero que duele en toda la palma. Y ese día, ya estando de malas decidió ir al centro a tomar algunas fotos. Igual tenía que hacerlo para terminar su proyecto de fin de semestre, pero éstas las iba a tomar por puro gusto, tal vez para que se le olvidara el hambre.

En el autobús, un hombre peculiarmente feo, se le quedó viendo durante todo el trayecto, su rostro era tan desagradable que Ana sintió la necesidad de capturarlo en una foto. Cruzó una rápida mirada con el sujeto y este sonrió con una dentadura deficiente y amarillenta. El cuadro era todavía más repulsivo.

-¿Qué?, ¿Te parezco así de guapo, niña? ¬–Dijo el feo y calvo hombre. ¬–¿Por qué no tomas una foto? Dura más.

Ana tomó su cámara que colgaba de su cuello y velozmente capturó la sonrisa, que le pareció tan desagradable, misma que desapareció de inmediato al darse cuenta de que efectivamente lo habían fotografiado. El hombre, disgustado al ver cumplido su sarcasmo, se levantó de su asiento y se acercó amenazante a donde estaba Ana.

-Lo... lamento, no era mi intención molestarlo. –Replicó Ana de inmediato, pero el ya arrugado señor, estiró con fuerza de las correas de su cámara y se la arrancó de un tirón, lastimándole la nuca. -!¿Qué hace?!... -Ana no terminó de decir el improperio que se le vino a la cabeza, cuando el hombre arrojó su cámara por la ventana del autobús.

Inmediatamente, Ana se levantó y miró por la ventana sólo para ver su cámara estrellarse en la acera. Chilló de rabia y pidió que detuvieran el autobús con un grito. El chofer frenó de una manera tan abrupta que el feo hombre calló de bruces al suelo. Ana lo ignoró y bajó del Bus tan aprisa como pudo, y a pocos metros de ella, estaba su cámara, con la lente partida en dos, y algunas piezas que no supo de donde provenían regadas a su alrededor

Derrotada, se hincó para recoger su instrumento destruido, y escuchó detrás de ella la cínica risa del hombre que la arrojó y diciendo: !Tal vez eso te enseñe a pedir permiso antes de tomarle la foto a alguien, mocosa! –Dijo el hombre a través de la ventana del transporte, mientras este avanzaba, alejándose.

Ana a penas pudo contener su furia, después de todo, técnicamente si le había dado permiso. Apretó la correa de su cámara con tanta fuerza que se lastimó. Quiso gritarle algo, pero no pudo, lo único que salió de ella fue un llanto lastimoso.

Las personas sin rostro, dirigían sus cabezas a donde se encontraba aquella muchacha sentada en la banqueta, con una cámara rota en sus manos, con lágrimas en las mejillas y por primera vez, Ana deseó que alguna de esas personas, tuviera ojos.

Decidió levantarse de una vez, y ver que tanto daño había ocurrido con su cámara. El botón del disparador no funcionaba, la lente estaba dividida a la mitad por una fisura que fraccionaba la imagen, además de que se podía ver el mecanismo interno por un agujero que se le hizo en el armazón.

Sus ilusiones de repararla desaparecieron al darle la vuelta y ver como caían piezas del interior. Se sintió increíblemente frustrada, sabía que no podía obtener otra, sus padres nunca alimentarían ese "vicio" suyo, y ciertamente aunque tuviera reparación, no podía pagar por ello.

Su estómago se frunció y con la mano derecha golpeó los restos de su cámara con todas sus fuerzas contra su otra mano. Se hubiera dado cuenta, de no ser por su grito de enojo, que el sonido del disparador se había activado.

Fue un amargo regreso a casa. Después de todo, ¿Cómo iba a seguir estudiando fotografía sin una cámara?. Tendría que usar alguna de las cámaras para prácticas de su escuela, las cuales, no eran muy diferentes de su cámara rota e inservible.

Sintió nauseas de pensar en que tenía que explicarle a sus padres. "Seguramente brincarán de gusto, justamente después de castigarme de por vida" pensó.

Al llegar a casa, ignoró olímpicamente a sus padres sin rostro, y se dirigió directamente a su cuarto, ese lugar tapizado de fotografías, todas tomadas hacia arriba, con el afán de que todo luciera mejor, así que en cada foto, se podía al menos, ver un poco del cielo.

Quiso que eso la hiciera sentir mejor, pero no tuvo éxito. Se hundió en sus almohadas y dio un grito ahogado.

Más tarde, subió al techo de su casa por un andamio y miró al cielo nocturno todavía con lágrimas que enfriaban su rostro hasta dolerle. –!Maldita sea!, ¿No pudiste enviarme a un mundo donde el único ser humano con rostro no aventara mi cámara por la ventana? –Reclamó a alguien en el cielo.

Tomó su cámara rota que seguía colgada en su cuello, la puso en su mano y extendió su brazo cuan largo era, sin embargo, se detuvo al recordar que el rollo seguía dentro, dentro estaban parte de las fotos para su trabajo. Así por lo menos podía salvar el parcial, y pedir prestada una cámara

Lo sacó a fuerzas, sin importarle que se velaran algunas fotos, y tomó su cámara con el enojo de un niño que no soporta ser incomprendido y que no se da cuenta que habla otro idioma, así que lanzó su cámara lo más lejos que pudo.

Se perdió en lo oscuro de un árbol, y nunca la escuchó caer.

El frío de la noche comenzó a calarle, y volvió a su cuarto para revelar el rollo que tenía en la mano. Las fotos que quería estaban intactas, pero hubo una que llamó su atención, pues era aquella que su cámara tomó por accidente cuando la golpeó en la calle, le sorprendió aún más el hecho de que no se hubiera velado, ya que era la última. Además el cuadro tenía algo increíble: Por primera vez, había una persona viendo directamente a la lente.

Se trataba de una persona mayor, y Ana no supo adivinar si era hombre o mujer. Su piel era color rojizo, y sus cabellos muy pocos, sin embargo los que ostentaba eran negros y gruesos como el alambre. Estaba sentada en la banqueta, y frente a la persona había una manta con varios artículos hechos a mano, sin embargo, lo que predominaba entre las cosas, era la forma de pequeñas estrellas regadas por todo el mantel.

Ana se quedó mirando la fotografía un largo rato, hundiéndose en los ojos ámbar de aquella persona. Sintió, por primera vez, que alguien la estaba mirando.

Por un segundo, la fotografía pareció cobrar vida, y las personas que caminaban por la acera estáticas, comenzaron a moverse, los autos del otro lado de la calle se ponían en movimiento también y Ana estaba parada de nuevo en el mismo lugar, del otro lado de la avenida, donde justo en frente, estaba aquella persona anciana mirándola con severidad. Parecía como si el rol se hubiera invertido, y lo único estático como en una fotografía, eran Ana, y esos ojos que la atravesaban.

Ana salió de su ensueño cuando escuchó a lo lejos unos gritos, parpadeó un par de veces y de nuevo se encontró envuelta en sus cuatro paredes llenas de fotos y percibió los gritos de su madre llamándola a cenar. Dejó la foto en su buró, cenó, y se olvidó del asunto.

Al día siguiente, se dirigió al centro, y sin saber por qué, llevaba su cámara rota con ella. Más conciente que inconcientemente, se sorprendió caminando por la misma calle donde había ocurrido el fatídico el día anterior y buscó con cierta esperanza, encontrar aquel rostro de la fotografía.

No encontró nada, frente a ella, sólo había más gente sin rostro, yendo y viniendo, dirigiendo sus cabezas momentáneamente hacia Ana, la muchacha con una cámara que parecía sonaja, y que todavía tenía restos de las hojas del árbol de donde Ana la recogió.

No pudo dejar de sentir la decepción bajando por su pecho hasta su estómago. -Parece que sigues sin escucharme. –Dijo a la nada en voz baja.

De pronto, percibió el sonido del disparador de la cámara que colgaba de su cuello. Sorprendida, la sacudió un poco, sólo para escuchar el tintineo de las piezas sueltas en su interior. Miró a través de la lente durante un segundo, con la esperanza de que su cámara hubiera vuelto a la vida, y sólo vio la imagen dividida en dos de su lente roto. Sin embargo, a lo lejos, y de manera muy similar a un caleidoscopio, vio el cuadro distorsionado de un rostro que la miraba severa.

Retiró la cámara de su cara, y observó a aquella persona anciana de la que poseía una foto. Pudo sentir con mayor intensidad, como los ojos ámbar, la atravesaban de lleno otra vez.
Notó que la gente sin rostro, al igual que con ella, no reparaban en la existencia de aquel ser, vestido con muchos colores, y con un mantel lleno de pequeños objetos igual de colorido. Ana se acercó un poco intimidada.

Cuando estuvo frente a esos ojos, se quedaron mirando durante unos minutos, que para Ana, fueron una contradicción: La mirada de esa persona la intimidaba de sobremanera, la hacía sentir inferior de un modo sobre humano, y sin embargo, estaba llena de comprensión y condolencia. Por un minuto, pensó que de alguna manera, se estaba apiadando de ella.

-Hola. –Dijo Ana con precaución.

No obtuvo respuesta alguna del ser cuyo sexo no podía definir ni siquiera estando a un metro de ella. Su piel roja tan colgante y en los huesos, ya no hacían diferencia obvia entre un hombre y una mujer.

El anciano, o anciana, se quedó quieto mirando con intensidad a Ana. -Este... ¿Por qué me miras de esa forma eh?.– Dijo Ana haciendo esfuerzo por no tartamudear.

Sin quitar su mirada, el viejo o vieja, le extendió la mano y señaló su mantel. En él, había un montón de pequeñas estrellas de papel metálico, tal y como las que las maestras suelen usar de premio en el kinder.

–Ah, ya veo, ¿Vendes estas estrellas? –Dijo Ana, ya un poco asustada con la situación.

El anciano sin género asintió sin retirar sus ojos ámbar, severos, profundos y enjuiciantes. Sin ver lo que hacía, ya que tenía sus ojos clavados Ana, bajó su mano y señaló una estrella color plateado de entre las cientas que estaban regadas por el tapete.

Ana la recogió. –¿Quieres que te compre ésta? dijo Ana con la estrella en la mano, y sacó su monedero. –¿Cuanto cuestan? –Pero no obtuvo respuesta alguna de aquella persona.

Ana le extendió la mano con la moneda de más alta denominación que tenía, pero aquellos ojos no estaban interesados de ninguna manera en el dinero que pudiera ofrecerle. Lanzó la moneda hacia el andrógino y viejo ser, y ésta cayó sordamente junto al centenar de estrellas de colores.

-Quédate con el cambio.

La presión era tanta de la mirada de aquellos ojos ancianos que Ana no pudo soportarlo más, así que tomó su estrella y arrancó su mirada de la de aquella persona sobre humana. Se dio media vuelta y se alejó.

Ana, con el corazón acelerado por aquel encuentro, caminó a la parada de autobús más cercana, sin dejar de mirar la estrella de papel metalizado que tenía en su mano.

Recordó como, cuando era niña, solía siempre volver de la escuela con una de esas en la frente, tal vez eso le recordaría a su madre aquella época en la que si estuvo orgullosa de ella, así que le dio la vuelta, la lamió, y se la pegó en la frente.

Durante su regreso a casa, varias personas sin rostro voltearon a donde estaba ella, sin ver a Ana por supuesto, sólo a la estrella plateada. Esa noche, al no recibir ni un comentario de sus padres volvió a subir a su techo. Se acostó pensativa, ignorando el frío del concreto, y miró el cielo nocturno durante un rato.

La imagen de aquella persona de ojos penetrantes, la persiguió durante el resto del día. Había subido al techo con su cámara rota todavía colgando de su cuello, y de nuevo, escuchó el sonido del obturador cerrarse.

-Esta cosa está loca. –Pensó en voz alta. Y se puso de pié para revisar su cámara con detenimiento, sacudiéndola, golpeándola, pero sin ninguna reacción más que el tintinear de piezas, colocó su ojo en la lente de nuevo y apunto al cielo, sin ver más que un montón de estrellas en el caleidoscopio de su cámara. Sin embargo, cuando retiró la cámara de su rostro, se dio cuenta que lo que observaba en la lente, no era un cielo estrellado, sino una sola estrella en el cielo, muy brillante, y de un peculiar tamaño. Ana juraba que estaba creciendo, y efectivamente así era.

Vio por detrás de el puntito brillante, que pasaban un par de estrellas fugaces y comprendió tarde, que aquel haz de luz, era una de ellas. No pudo reaccionar a tiempo, cuando la estrella la golpeó justo en medio de la frente, donde había colocado la estrellita que había comprado.

Ana cayó al suelo, y quedó inconsciente.






–Oh, así que ahí es donde terminan.
–Así es.
–Gracias por confesármelo.





Kundu del Castillo

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Relatos de un cuervo

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Sin ser humano, se decidió por fin a dar vida a la razón.

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Existen una minoría en este mundo, de personas que se quedan admirados de su propio pensamiento, y no obstante, que se dan cuenta de la peculiaridad de esa cualidad como especie que tenemos, de conocer y pensar sobre nuestro nuestra propia situación llamada existencia. Me considero una persona al tanto de la belleza que nos rodea, al tanto de los diferentes mundos que existen dentro de las mentes de los otros. Y gracias a eso, me he convertido en una persona en constante búsqueda de aquellos que parecen brillar y resaltar de entre una multitud de indiferencia, y tal vez ignorancia hacia la naturaleza que nos rodea. A través de este medio, quisiera idealmente hacer saber, mi lado menos humano, y por lo tanto, más natural, con la esperanza de que por un instante dejen a un lado su humanidad y se dediquen a observar, a pensar, y saborear las texturas de la subjetividad.

Por ejemplo, si vienes a visitarme todos los días a las cuatro de la tarde, desde las tres ya estaré felíz.

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