Sobre príncipes sin princesas


Creo que la mejor manera de inaugurar este método de expresión es hablar sobre un príncipe. Kundu es una palabra que puede haber sido inventada, mal traducida, o ser parte de algún idioma inexistente, en todo caso, significa: Príncipe.
Así pues, me encontraba conversando con una de esas amistades que se retoman con el tiempo, y trajo a mi un tópico que de ahora en adelante no podré olvidar. Me habló acerca de un cuento viejo, del conocido Antoine de Saint-Exupéry: El principito. Sin embargo, no pude expresarme tan libremente de tal obra ya que siendo franco, la leí cuando tenía aproximadamente ocho años, así que siendo así, le propuse volver a leerlo, y después dar una opinión más actual. Todo con el objeto de aclarar alguna duda que existiera en ambos. Tuve toda una semana para leerlo, y me sorprendí al acabarlo en a penas unas horas, ya que tampoco recodaba su extensión. Sin embargo, no fue precisamente su extensión la que hizo que llegara a la última página con cierta velocidad, sino la belleza de lo que estaba leyendo, que causó, creo yo por primera vez, el sentimiento de que aquellas letras duraran para siempre.
Este cuento, que no está dedicado precisamente a los niños, sino a cierto adulto en su niñez, nos habla de un personaje etéreo, increíble y absolutamente bello al darle una simple mirada. Nos habla también de un adulto si nombre, a quien como a todos, tuvo que pasar por las limitantes de un mundo demasiado sobrio y de cierta manera castrante. Todo comienza con un dibujo, un dibujo cuya interpretación nos hace recordar que hay veces que no vale la pena mostrar nuestra más intima obra a quien con seguridad o no la verá con unos ojos demasiado distintos, demasiado viciados. Y sin embargo, no pude evitar sonreír con cada palabra que sonaba tan familiar a mi infancia.
Así pues, nos encontramos con el principito, nombrado así únicamente por la manera en que aquel adulto inefable lo interpretó, y que sin duda sería un reflejo de nuestra propia interpretación. Una imagen de inocencia pura, una imagen de eterna ternura que refleja este personaje que, al igual que el autor de estas letras que leen, es un buscador, cansado de una rutina, pero enamorado de sus propias experiencias personales y lo que su vida, aunque rutinaria pueda significar. Aún así, decide ir en busca de más, a fin de cuentas para el beneficio de su propia vida, o mejor dicho: Su planeta.
Nos encontramos con esta constante metáfora, en la que cada mundo que este príncipe visitaba, no era sólo la vida de un hombre con una personalidad distinta, sino la representación de cada uno de esos defectos que vamos fortaleciendo con forme nos acercamos a la adultez. Definitivamente, se convierte en una crítica adorablemente descarada del contraste entre el pensamiento ingenuo de un niño y la percepción demasiado ofuscada de un adulto que cree que ya sabe demasiado. Y creer que uno sabe demasiado, es algo que simplemente viene con la edad y con la experiencia, y nos hace olvidar, que no deberíamos saber nada.
Su llegada a la tierra, nos hace pensar aún más directamente en lo absurdo de nuestras costumbres, en lo inútil de nuestras preocupaciones, y aún así, nos hace pensar que todavía existen cosas que pueden cambiar nuestra forma metódica de pensamiento, y ablandar nuestro corazón contaminado, para intentar volvernos niños de nuevo. Nos enseña, de igual manera, que existen pequeñas cosas en este mundo nuestro, es decir, en nuestra vida que son hermosas nada más por existir dentro de nuestra percepción, de nuestros significados y simbolismos que les asignamos, tal y como aquella zorra que deja de ser una zorra común, para convertirse en algo único e inmediatamente más importante que el resto, de esa misma manera, aprendemos a valorar nuestras pertenencias, no porque las hayamos adquirido, sino por haberles designado un valor, un significado, un cariño a fin de cuentas.
Como siempre, debe existir una dicotomía. Y dentro de toda esa revelación apreciativa, epifánica, inefable, nos encontramos con la destructividad, y con una aparentemente inocente figura de la perversidad. Como siempre, es una serpiente la representante del engaño. Sin embargo, dentro de este relato, representa algo mucho más profundo y cuasi comprensible. Representa el estado ideal de las cosas, representa el regreso a un estado en el que ya no necesitamos, y por lo tanto el estado perfecto de una vida orgánica: El estado inanimado. Y es por ese motivo, que aquel pequeño príncipe encuentra la forma de regresar a aquel lugar en el que la vida había tomado aún más significado, y la monotonía ya no era monotonía, sino el goce puro y limpio de la existencia.
Quisiera seguir hablando, sobre una carnero en una caja como representación de la idealización que tanto nos hace falta. O de algún habitante de aquellos planetas que nos representan tan bien. Sin embargo, quiero finalizar dedicándole mi interés a mi personaje favorito, el cuál jamás se movió de su lugar, y sin embargo, acaba teniendo el protagonismo tan narcisista que se merece. La rosa.
Debo admitir que aquella rosa es de mi interés no por su significado intrínseco de su belleza, sino por mi inevitable identificación con ella. Nos muestra la cara de un ser que simplemente no desea hacer algún daño, sino que busca, a través de las pocas cualidades que encuentra en ella misma las ganas de sentir orgullo de si misma. De convencerse a como diera lugar de que su vida era más importante que la de una simple planta, exigiendo, demandando cariño, diciendo tras unas palabras que podrían sonar como una orden, que lo único que necesita es amor. Un amor que sólo puede ocultarse tras el orgullo de saber que necesita de alguien más, y de la melancolía de no poder devolver nada a quien la aprecia más que su propia belleza, incapaz de complacer, incapaz de pagar por un cariño que se le da nada más porque existe. Así, esa rosa, es la representación de muchos de nosotros, y a veces, de mi mismo.
Debo agradecer nuevamente, a aquella amistad que ahora aprecio de una manera más profunda, por haberme mostrado de nuevo este maravilloso relato de la historia del mundo, que debo admitir logró remitir una posible lágrima que no pudo salir por la inorportunidad de un mundo que me rodeó incomprensible al ver un rostro conmovido por la belleza de un pequeño príncipe que deberíamos ser todos nosotros y nada más.

Gracias

Kundu del Castillo

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Relatos de un cuervo

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Sin ser humano, se decidió por fin a dar vida a la razón.

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Existen una minoría en este mundo, de personas que se quedan admirados de su propio pensamiento, y no obstante, que se dan cuenta de la peculiaridad de esa cualidad como especie que tenemos, de conocer y pensar sobre nuestro nuestra propia situación llamada existencia. Me considero una persona al tanto de la belleza que nos rodea, al tanto de los diferentes mundos que existen dentro de las mentes de los otros. Y gracias a eso, me he convertido en una persona en constante búsqueda de aquellos que parecen brillar y resaltar de entre una multitud de indiferencia, y tal vez ignorancia hacia la naturaleza que nos rodea. A través de este medio, quisiera idealmente hacer saber, mi lado menos humano, y por lo tanto, más natural, con la esperanza de que por un instante dejen a un lado su humanidad y se dediquen a observar, a pensar, y saborear las texturas de la subjetividad.

Por ejemplo, si vienes a visitarme todos los días a las cuatro de la tarde, desde las tres ya estaré felíz.

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