Infinitud


Me vi caminando a lo largo de un enorme pasillo hecho de piedra gris, muy fría, con eco.
Y el sonido de mis pasos, al repetirse en mis oídos, me recordaban con cada pisada, que me estaba alejando de lo que quería para mi vida. Desee, por un momento, encontrarme en alguna época olvidada, en donde las nimiedades de la existencia, eran eso: Nimiedades. Y casarme con algún oficio que hiciera demasiado bien. Pero no. El pasillo frente a mi se extiende infinitamente, así como mis posibilidades.

Pensé en la primera de mis opciones, y la estancia se iluminó de un color rojizo, proveniente de un atardecer intenso que atravesó los ventanales con peculiar fuerza. Bastó tan sólo una mirada a uno de ases de luz para quedar ciego. Sin embargo, el frío desapareció. Sentí ese calor envolvente que se deslizó sutilmente dentro de mi nariz, y mi pecho quedó cálido.

Avancé un par de pasos más, a tientas, sintiéndome arropado por alguna fuerza superior. Algo en mi interior me dijo que no me debía confiar, pero hice caso omiso. Como siempre. Comencé a correr... Sentí por primera vez gratitud de que aquel túnel fuera tan infinito, pues adoré sentir que mis piernas eran libres.

Me tropecé con algo que perdí gracias a mi ceguera, y me rompí la cara...

El pasillo se volvió frió de nuevo, y las líneas entre las baldosas se hicieron aún más negras. Como si detrás de cada bloque, se extendiera un universo que me negué a conocer. Me levanté con cuidado y miré un instante la sangre que quedó en el piso. Era mi rostro, y estaba sonriendo. Quisiera haber sonreído también. Pero ahora dolía.

Caminé de nuevo. Hubo una segunda imagen en mi mente, y la baldosa sobre la me apoyé se hundió junto conmigo. Intenté aferrarme a la orilla, pero de poco sirvió, el suelo entero se hundía y se derramaba como miel sucia sobre el infinito negro. Vi todas esas rocas cayendo conmigo, y me dejé... Ya de poco me servía morir de cualquier forma.

Caí sobre un suelo demasiado parecido al anterior. De hecho, el mismo. Me coloqué con la espalda en la pared para que el resto de las rocas cayeran, no me salvé, y una me golpeó el hombro derecho. Grité del dolor, y me escuché a mi mismo cientos de veces. Pensé que era el eco, pero había algo distinto en aquel sonido. Me acerqué al ventanal que se repetía constante a lo largo de mi pasillo gris. Y me encontré con un espejo en su lugar. Vi mi rostro, lastimado y manchado con el dolor de mis heridas, y de mi hombro que punzaba. Quise poner mi frente contra mi reflejo, esperando la superficie fría. Pero lo único con lo que me encontré fue con el calor de mi propio rostro. Asustado, retrocedí así como mi contraparte. Nos miramos, y al acercarnos, nos olimos. Éramos reales hasta la última fibra. Igual de asustados. Los ventanales se mostraban a ambos lados del corredor, y como supuse, detrás mío estaba yo de nuevo, mirándome la nuca. No me di cuenta cuando me convertí en mi reflejo, y comencé a mirarme con la misma sorpresa. Mis ojos, después, volvieron a dejar de ser los míos, para convertirse den los de mi gemelo a mis espaldas. Se repitió un centenar de veces. Parpadeo tras parpadeo, dejaba de ser yo, para convertirme en mi mismo. Mareados, yo y mis otros yo vomitamos en las baldosas a nuestros pies. Y lloramos todos juntos. Pero me di cuenta de algo: Yo lloraba más fuerte.

Fue entonces cuando comprendí que había una diferencia entre yo y mis otros yo. Que el único que existía era yo mismo. Miré a mi copia que me miró con la misma intensidad. Pero está vez supe que aquel no sabría lo que iba a venir. Caminé decidido hacia mi reflejo e intenté atravesar el umbral. No me sorprendió ver, que me estorbaba. Voltee hacia atrás, y me vi volteando hacia atrás mientras me bloqueaba a mi mismo. Y entonces, hice lo más sensato: Cerré mi puño y golpee el rostro frente a mi. Salí ileso, y mirando hacia atrás, vi mi cuerpo en el suelo agarrándose la cara. Salté por el umbral y esquivé mi cuerpo tirado y retorciéndose de dolor. Mis otras copias saltaron junto conmigo. Corrí hacia en frente, donde ya no había otros como yo en mi camino, y cuando miraba hacia atrás, mi imagen se fue volviendo más lejana con cada umbral que atravesaba. Pronto me encontré sólo, caminando y saltando umbrales, de nuevo, de manera infinita. Me detuve, y recordé que a mis costados, el pasillo continuaba. Me decidí a ya no atravesar más el marco de los ventanales, y seguir mi camino de nuevo. Gris, frío y extrañamente acogedor.

Caminé otra vez, temeroso y dolorido. Me dolía mi rostro, y me dolía mi alma. No temía, por el lugar a donde iba, sino temía una nueva idea de mi corrompida cabeza. Fue precisamente esto, lo que trajo a mí una tercera imagen. A mi costado, un de los ladrillos de piedra se hundió, dejando espacio a penas, para que cupieran mis dedos. Los introduje, y un poco más arriba de mi cabeza, otro hueco se abrió. Metí mi otra mano, y un poco más arriba se hundió otro ladrillo. Supe lo que tenía que hacer. Así que comencé a escalar. El techo no estaba muy lejos, así que confiado trepé por la pared. Descubrí a los pocos metros, que el techo no se hacía más cercano, ni más lejano, pero que con cada avance, el suelo se alejaba más y más. Para cuando reparé en este hecho, la caída ya era letal. Sentí el vértigo y el frío de la altura, y una ráfaga proveniente de mis deseos por caer me empujó y me dejó colgando de una mano. Me sostuve con fuerza y volví a aferrarme con fuerza. Escupí mi miedo, y escalé de nuevo, escalón tras escalón. No con la intención de llegar a algún lado, sino con la necedad de retar al universo y ver quien era más obstinado, si yo avanzando por la pared, o el suelo alejándose de mi. Ya poco importaba.

Avancé un escalón más mientras miraba hacia abajo, y el techo se me echó encima. Caí con los ojos cerrados, y me encontré acostado en el suelo tan sólo medio segundo después.

Comprendí que no era mi muerte el propósito de aquel lugar. Sino yo, en él. La eternidad de mi alma alimentando los muros pétreos. Comprendí que efectivamente, tenía que, por fuerza, dar por sentado la infinitud de los caminos frente a mi.

Sonreí por la ironía de mi propia situación y cansado, me senté con los ojos cerrados.

Y Ahí, inmóvil, dentro de mi mismo, por fin te encontré.





Kundu del Castillo




Enkeli...

1 comentarios:

Unknown 12 de diciembre de 2009, 21:38  

comparado con lo demás no se ven tan melancólico pero veo confucion en ti(nota: no es plagio de star wars aunque lo paresa)se siente extraño. pero esta chido

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Relatos de un cuervo

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Sin ser humano, se decidió por fin a dar vida a la razón.

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Existen una minoría en este mundo, de personas que se quedan admirados de su propio pensamiento, y no obstante, que se dan cuenta de la peculiaridad de esa cualidad como especie que tenemos, de conocer y pensar sobre nuestro nuestra propia situación llamada existencia. Me considero una persona al tanto de la belleza que nos rodea, al tanto de los diferentes mundos que existen dentro de las mentes de los otros. Y gracias a eso, me he convertido en una persona en constante búsqueda de aquellos que parecen brillar y resaltar de entre una multitud de indiferencia, y tal vez ignorancia hacia la naturaleza que nos rodea. A través de este medio, quisiera idealmente hacer saber, mi lado menos humano, y por lo tanto, más natural, con la esperanza de que por un instante dejen a un lado su humanidad y se dediquen a observar, a pensar, y saborear las texturas de la subjetividad.

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