Piedad









–Mors…

–¿Eu?

–¿Te has preguntado hacia donde van las estrellas fugaces?

–No en verdad

–Pues hubo una persona que lo descubrió, y lo hizo porque estaba muy enojada.

–¿Ah si?

–Su nombre, como sabrás por algún extraño motivo, era Ana. Ella era fotógrafa.


»Todavía no terminaba de estudiar fotografía, y ya se sentía un poco frustrada por haber comenzado a penas su carrera. Su padre y su madre, nunca estuvieron realmente de acuerdo; era de esperarse que pensaran que su hija moriría de hambre tomando fotos aquí y allá, así que su padre maldijo el día en que le cumplió aquel capricho de comprarle la cámara que quería

Ana, era una persona de esas, que no las notas a menos de que te la señalen, siempre por detrás del tumulto, observando solamente, capturando con su cámara el movimiento que ocurre a su alrededor, y no el suyo. Parte de su frustración, era gracias a que le era prácticamente imposible relacionarse, la verdad es, que era demasiado boba para conocer gente.

De cualquier manera, todas las personas a su alrededor, a través de su lente, parecían no tener rostro, sólo eran parte de aquel cuadro que ella intentaba capturar, pero nada más.

Ese día, tenía un hambre notable.

La preocupación de sus padres estaba bien justificada ya que no tenían muchos recursos, y aquel lunes, no había podido comprar nada para el desayuno y ciertamente, eso la ponía de malas, no por el hambre, sino por la situación.

Con cada rugido de su estómago, imaginaba al mar de rostros impersonales poniendo su atención en ella, como si supieran que en sus bolsillos no había nada, y la desaprobaran como ser humano.

Para Ana, era un sentimiento difuso, pero muy profundo, como una comezón que no puedes ubicar, o como una cortada de papel en un dedo difícil de encontrar, pero que duele en toda la palma. Y ese día, ya estando de malas decidió ir al centro a tomar algunas fotos. Igual tenía que hacerlo para terminar su proyecto de fin de semestre, pero éstas las iba a tomar por puro gusto, tal vez para que se le olvidara el hambre.

En el autobús, un hombre peculiarmente feo, se le quedó viendo durante todo el trayecto, su rostro era tan desagradable que Ana sintió la necesidad de capturarlo en una foto. Cruzó una rápida mirada con el sujeto y este sonrió con una dentadura deficiente y amarillenta. El cuadro era todavía más repulsivo.

-¿Qué?, ¿Te parezco así de guapo, niña? ¬–Dijo el feo y calvo hombre. ¬–¿Por qué no tomas una foto? Dura más.

Ana tomó su cámara que colgaba de su cuello y velozmente capturó la sonrisa, que le pareció tan desagradable, misma que desapareció de inmediato al darse cuenta de que efectivamente lo habían fotografiado. El hombre, disgustado al ver cumplido su sarcasmo, se levantó de su asiento y se acercó amenazante a donde estaba Ana.

-Lo... lamento, no era mi intención molestarlo. –Replicó Ana de inmediato, pero el ya arrugado señor, estiró con fuerza de las correas de su cámara y se la arrancó de un tirón, lastimándole la nuca. -!¿Qué hace?!... -Ana no terminó de decir el improperio que se le vino a la cabeza, cuando el hombre arrojó su cámara por la ventana del autobús.

Inmediatamente, Ana se levantó y miró por la ventana sólo para ver su cámara estrellarse en la acera. Chilló de rabia y pidió que detuvieran el autobús con un grito. El chofer frenó de una manera tan abrupta que el feo hombre calló de bruces al suelo. Ana lo ignoró y bajó del Bus tan aprisa como pudo, y a pocos metros de ella, estaba su cámara, con la lente partida en dos, y algunas piezas que no supo de donde provenían regadas a su alrededor

Derrotada, se hincó para recoger su instrumento destruido, y escuchó detrás de ella la cínica risa del hombre que la arrojó y diciendo: !Tal vez eso te enseñe a pedir permiso antes de tomarle la foto a alguien, mocosa! –Dijo el hombre a través de la ventana del transporte, mientras este avanzaba, alejándose.

Ana a penas pudo contener su furia, después de todo, técnicamente si le había dado permiso. Apretó la correa de su cámara con tanta fuerza que se lastimó. Quiso gritarle algo, pero no pudo, lo único que salió de ella fue un llanto lastimoso.

Las personas sin rostro, dirigían sus cabezas a donde se encontraba aquella muchacha sentada en la banqueta, con una cámara rota en sus manos, con lágrimas en las mejillas y por primera vez, Ana deseó que alguna de esas personas, tuviera ojos.

Decidió levantarse de una vez, y ver que tanto daño había ocurrido con su cámara. El botón del disparador no funcionaba, la lente estaba dividida a la mitad por una fisura que fraccionaba la imagen, además de que se podía ver el mecanismo interno por un agujero que se le hizo en el armazón.

Sus ilusiones de repararla desaparecieron al darle la vuelta y ver como caían piezas del interior. Se sintió increíblemente frustrada, sabía que no podía obtener otra, sus padres nunca alimentarían ese "vicio" suyo, y ciertamente aunque tuviera reparación, no podía pagar por ello.

Su estómago se frunció y con la mano derecha golpeó los restos de su cámara con todas sus fuerzas contra su otra mano. Se hubiera dado cuenta, de no ser por su grito de enojo, que el sonido del disparador se había activado.

Fue un amargo regreso a casa. Después de todo, ¿Cómo iba a seguir estudiando fotografía sin una cámara?. Tendría que usar alguna de las cámaras para prácticas de su escuela, las cuales, no eran muy diferentes de su cámara rota e inservible.

Sintió nauseas de pensar en que tenía que explicarle a sus padres. "Seguramente brincarán de gusto, justamente después de castigarme de por vida" pensó.

Al llegar a casa, ignoró olímpicamente a sus padres sin rostro, y se dirigió directamente a su cuarto, ese lugar tapizado de fotografías, todas tomadas hacia arriba, con el afán de que todo luciera mejor, así que en cada foto, se podía al menos, ver un poco del cielo.

Quiso que eso la hiciera sentir mejor, pero no tuvo éxito. Se hundió en sus almohadas y dio un grito ahogado.

Más tarde, subió al techo de su casa por un andamio y miró al cielo nocturno todavía con lágrimas que enfriaban su rostro hasta dolerle. –!Maldita sea!, ¿No pudiste enviarme a un mundo donde el único ser humano con rostro no aventara mi cámara por la ventana? –Reclamó a alguien en el cielo.

Tomó su cámara rota que seguía colgada en su cuello, la puso en su mano y extendió su brazo cuan largo era, sin embargo, se detuvo al recordar que el rollo seguía dentro, dentro estaban parte de las fotos para su trabajo. Así por lo menos podía salvar el parcial, y pedir prestada una cámara

Lo sacó a fuerzas, sin importarle que se velaran algunas fotos, y tomó su cámara con el enojo de un niño que no soporta ser incomprendido y que no se da cuenta que habla otro idioma, así que lanzó su cámara lo más lejos que pudo.

Se perdió en lo oscuro de un árbol, y nunca la escuchó caer.

El frío de la noche comenzó a calarle, y volvió a su cuarto para revelar el rollo que tenía en la mano. Las fotos que quería estaban intactas, pero hubo una que llamó su atención, pues era aquella que su cámara tomó por accidente cuando la golpeó en la calle, le sorprendió aún más el hecho de que no se hubiera velado, ya que era la última. Además el cuadro tenía algo increíble: Por primera vez, había una persona viendo directamente a la lente.

Se trataba de una persona mayor, y Ana no supo adivinar si era hombre o mujer. Su piel era color rojizo, y sus cabellos muy pocos, sin embargo los que ostentaba eran negros y gruesos como el alambre. Estaba sentada en la banqueta, y frente a la persona había una manta con varios artículos hechos a mano, sin embargo, lo que predominaba entre las cosas, era la forma de pequeñas estrellas regadas por todo el mantel.

Ana se quedó mirando la fotografía un largo rato, hundiéndose en los ojos ámbar de aquella persona. Sintió, por primera vez, que alguien la estaba mirando.

Por un segundo, la fotografía pareció cobrar vida, y las personas que caminaban por la acera estáticas, comenzaron a moverse, los autos del otro lado de la calle se ponían en movimiento también y Ana estaba parada de nuevo en el mismo lugar, del otro lado de la avenida, donde justo en frente, estaba aquella persona anciana mirándola con severidad. Parecía como si el rol se hubiera invertido, y lo único estático como en una fotografía, eran Ana, y esos ojos que la atravesaban.

Ana salió de su ensueño cuando escuchó a lo lejos unos gritos, parpadeó un par de veces y de nuevo se encontró envuelta en sus cuatro paredes llenas de fotos y percibió los gritos de su madre llamándola a cenar. Dejó la foto en su buró, cenó, y se olvidó del asunto.

Al día siguiente, se dirigió al centro, y sin saber por qué, llevaba su cámara rota con ella. Más conciente que inconcientemente, se sorprendió caminando por la misma calle donde había ocurrido el fatídico el día anterior y buscó con cierta esperanza, encontrar aquel rostro de la fotografía.

No encontró nada, frente a ella, sólo había más gente sin rostro, yendo y viniendo, dirigiendo sus cabezas momentáneamente hacia Ana, la muchacha con una cámara que parecía sonaja, y que todavía tenía restos de las hojas del árbol de donde Ana la recogió.

No pudo dejar de sentir la decepción bajando por su pecho hasta su estómago. -Parece que sigues sin escucharme. –Dijo a la nada en voz baja.

De pronto, percibió el sonido del disparador de la cámara que colgaba de su cuello. Sorprendida, la sacudió un poco, sólo para escuchar el tintineo de las piezas sueltas en su interior. Miró a través de la lente durante un segundo, con la esperanza de que su cámara hubiera vuelto a la vida, y sólo vio la imagen dividida en dos de su lente roto. Sin embargo, a lo lejos, y de manera muy similar a un caleidoscopio, vio el cuadro distorsionado de un rostro que la miraba severa.

Retiró la cámara de su cara, y observó a aquella persona anciana de la que poseía una foto. Pudo sentir con mayor intensidad, como los ojos ámbar, la atravesaban de lleno otra vez.
Notó que la gente sin rostro, al igual que con ella, no reparaban en la existencia de aquel ser, vestido con muchos colores, y con un mantel lleno de pequeños objetos igual de colorido. Ana se acercó un poco intimidada.

Cuando estuvo frente a esos ojos, se quedaron mirando durante unos minutos, que para Ana, fueron una contradicción: La mirada de esa persona la intimidaba de sobremanera, la hacía sentir inferior de un modo sobre humano, y sin embargo, estaba llena de comprensión y condolencia. Por un minuto, pensó que de alguna manera, se estaba apiadando de ella.

-Hola. –Dijo Ana con precaución.

No obtuvo respuesta alguna del ser cuyo sexo no podía definir ni siquiera estando a un metro de ella. Su piel roja tan colgante y en los huesos, ya no hacían diferencia obvia entre un hombre y una mujer.

El anciano, o anciana, se quedó quieto mirando con intensidad a Ana. -Este... ¿Por qué me miras de esa forma eh?.– Dijo Ana haciendo esfuerzo por no tartamudear.

Sin quitar su mirada, el viejo o vieja, le extendió la mano y señaló su mantel. En él, había un montón de pequeñas estrellas de papel metálico, tal y como las que las maestras suelen usar de premio en el kinder.

–Ah, ya veo, ¿Vendes estas estrellas? –Dijo Ana, ya un poco asustada con la situación.

El anciano sin género asintió sin retirar sus ojos ámbar, severos, profundos y enjuiciantes. Sin ver lo que hacía, ya que tenía sus ojos clavados Ana, bajó su mano y señaló una estrella color plateado de entre las cientas que estaban regadas por el tapete.

Ana la recogió. –¿Quieres que te compre ésta? dijo Ana con la estrella en la mano, y sacó su monedero. –¿Cuanto cuestan? –Pero no obtuvo respuesta alguna de aquella persona.

Ana le extendió la mano con la moneda de más alta denominación que tenía, pero aquellos ojos no estaban interesados de ninguna manera en el dinero que pudiera ofrecerle. Lanzó la moneda hacia el andrógino y viejo ser, y ésta cayó sordamente junto al centenar de estrellas de colores.

-Quédate con el cambio.

La presión era tanta de la mirada de aquellos ojos ancianos que Ana no pudo soportarlo más, así que tomó su estrella y arrancó su mirada de la de aquella persona sobre humana. Se dio media vuelta y se alejó.

Ana, con el corazón acelerado por aquel encuentro, caminó a la parada de autobús más cercana, sin dejar de mirar la estrella de papel metalizado que tenía en su mano.

Recordó como, cuando era niña, solía siempre volver de la escuela con una de esas en la frente, tal vez eso le recordaría a su madre aquella época en la que si estuvo orgullosa de ella, así que le dio la vuelta, la lamió, y se la pegó en la frente.

Durante su regreso a casa, varias personas sin rostro voltearon a donde estaba ella, sin ver a Ana por supuesto, sólo a la estrella plateada. Esa noche, al no recibir ni un comentario de sus padres volvió a subir a su techo. Se acostó pensativa, ignorando el frío del concreto, y miró el cielo nocturno durante un rato.

La imagen de aquella persona de ojos penetrantes, la persiguió durante el resto del día. Había subido al techo con su cámara rota todavía colgando de su cuello, y de nuevo, escuchó el sonido del obturador cerrarse.

-Esta cosa está loca. –Pensó en voz alta. Y se puso de pié para revisar su cámara con detenimiento, sacudiéndola, golpeándola, pero sin ninguna reacción más que el tintinear de piezas, colocó su ojo en la lente de nuevo y apunto al cielo, sin ver más que un montón de estrellas en el caleidoscopio de su cámara. Sin embargo, cuando retiró la cámara de su rostro, se dio cuenta que lo que observaba en la lente, no era un cielo estrellado, sino una sola estrella en el cielo, muy brillante, y de un peculiar tamaño. Ana juraba que estaba creciendo, y efectivamente así era.

Vio por detrás de el puntito brillante, que pasaban un par de estrellas fugaces y comprendió tarde, que aquel haz de luz, era una de ellas. No pudo reaccionar a tiempo, cuando la estrella la golpeó justo en medio de la frente, donde había colocado la estrellita que había comprado.

Ana cayó al suelo, y quedó inconsciente.






–Oh, así que ahí es donde terminan.
–Así es.
–Gracias por confesármelo.





Kundu del Castillo

Comenzando




Y bueno, aquí me encuentro de nuevo, parado frente a los caminos que ya conozco y los que me gustaría conocer. Sin embargo, creo que no tomaré ninguno de ellos. Por ahora, justo en el lugar en donde estoy, me siento bien.

Quisiera decir que estoy peor, pero la verdad me doy cuenta de que por lo menos ahora, he tomado por fin una decisión que me hace ser una mejor persona, porque si algo he de lograr con esto que siento, es el bienestar, esta vez, de alguien más. Mi cuerpo parece más ligero, y los días pasan ahora verdaderamente lentos, y aunque mi descanso sigue siendo prácticamente nulo, al menos es mío.

No puedo evitar extrañar, y por momentos, desmoronarme por la sola idea de dar unos cuantos pasos hacia atrás, sonreír, y zarpar a partir de ahí. Pero en definitiva, y como ha sido siempre en mi vida polimórfica, he de comenzar de nuevo, aunque esta vez, con un objetivo que por ahora, me es totalmente claro. Porque si he de ser una mejor persona, además de hacerlo por mi, lo hago con el afán extra de recuperar el amor que se me escurrió de las manos. Un amor, que de cualquier manera, es el mío.

No puedo negar que es difícil, porque a pesar de todo, hoy me duele. Mi sonrisa, la cual me hace sentir mejor, no es del todo de completa satisfacción, sino de orgullo, me siento orgulloso por haber desprendido de mi, algo que al menos ahora, se que está mejor.

Fueron unos últimos momentos verdaderamente fantásticos. Desde mirar por última vez aquellos ojos, hasta amanecer, con una sonrisa en la boca, y una lágrima en la mejilla. La naturaleza es así, y a fin de cuenta somos parte de ella, incluso, rodeada de ella, de frío causado por los árboles y el césped, quiso aprisionarnos, como si a ella también le causara nostalgia y pesar, saber que no volvería entrar ahí acompañado. Y ciertamente, no quisiera.

Cómo olvidar, aquel instante, en el que como es usual en mi, cambié mi rumbo, para tomar un camino más largo, con el afán de extender un poco más aquel aroma que hace de la vida algo más valioso. Para mi sorpresa, terminé en otro de esos lugares que no pueden olvidarse ya nunca, y que desde ese instante, lo bauticé con la mirada, para convertirse en un lugar de reflexión y de añoranza, al cual volveré con la esperanza de mirar de nuevo aquellos pozos almendrados que hacen que mi espina dorsal se estremezca con sólo evocarlos. Espero, por que no, encontrar una más de esas fotografías, que hicieron de mis últimos momentos algo fantástico y con mucho significado. Sin duda, quiero sentarme ahí, quiero olvidar la urbanidad frente a mi, y recordar, recordar...

Decidimos entonces, regalarnos un día más, y por esos instantes, olvidar. Sólo un preámbulo, para años que sinceramente, nunca olvidaré. Creo que...

No pudo haber terminado mejor.



Hoy, me siento una persona distinta, capaz de moldear un poco más el mundo, capaz de mirar a las personas con un ojo aún más crítico, y más sabio. Quiero volverme interesante, quiero escribir las intermitencias de la felicidad, quiero lograr levantar los párpados de aquellos que desean despertar y quiero, sobre todo, vivir a lado de la persona que amo.

Hoy me siento distinto, hoy me siento fuerte, me siento débil.
Hoy me siento también, más leal que nunca, y más enamorado que nunca. De la vida, tal vez...

Porque a pesar de que he de seguir mi camino, a pesar de que tarde o temprano tengo que caminar de nuevo. Siempre tendré en ojo puesto en ella. En espera, de que yo sea lo mejor otra vez.

Mientras tanto, tengo un par de cosas que hacer, que por lo menos, ayuden a comer este tiempo que comienza a erosionar mis latidos. Que ayuden, a mitigar aunque sea un poco el dolor. Como dije ya antes, creo que por primera vez, quiero ser feliz.

Esperaré....







Kundu del Castillo

Diálogos II


-Hoy hablé con mi padre...

+¿Y te dijo algo importante?

-Todo...

+¿Tu le dijiste algo importante?

-Todo...

+Sigo contigo, así que se como te sientes. No estás sólo.

-Si lo estoy, porque, eres lo único que tengo, y el hecho de que estés aquí, conmigo, se llama soledad.

+Te amo

-Yo también....






Kundu del Castillo

Diálogos I


-Sabes... durante mucho tiempo te necesite.

+Habrá sido porque te gusta sentirte triste.

-No es nada más eso, extrañé tu toque, el roce de tus dedos en mi cara, cada momento en el que mi vida tuvo sentido al hacerme llorar.

+Te repito, tal ves es porque te gusta sentirte triste.

-Y qué si me gusta?

+Pues, es que no puedo estar contigo siempre. Hay veces que tienes que ser feliz sabes?

-De que me sirve? Si no es a tu lado, mis palabras suenan vacías con el paso del tiempo.

+Si no eres feliz alguna vez, nunca sabrás cuando estas triste.

-Pues vaya manera de hacérmelo saber. Pudiste habértelo ahorrado.

+Lo hago porque te amo.

-Lo se, es lo peor de todo. No se como lo haces, pero contigo he sido feliz. Ya sabes, a pesar de ser mi tristeza.

+Hay veces, que no entiendo por qué me amas tanto. Por mi naturaleza, debo lastimarte.

-Pero eres hermosa, y aunque frías, tus manos son suaves y delicadas conmigo. Tu silueta es de total elegancia, y me gusta tenerte a mi lado, latente.

+No quiero lastimarte, pero me llamas cada segundo. Ojalá entendieras que yo tampoco puedo vivir sin ti. Y si tu mueres, yo lo haré contigo.

-Creo que por primera vez en la vida, quisiera ser Feliz...

+Yo también quiero que seas feliz.

-Gracias Nora

+No me agradezcas, no seas tonto.

-Te amo

+Y yo a ti.





Kundu del Castillo

La fruta


Y tomé la fruta...

Supongo que ya me habían dicho como era, pero al tenerla en mis manos, supe que no podría llevarla a mis labios. Tal vez por miedo, tal vez por uno presiente cuando la naturaleza se vuelve venenosa. Y aún así, no pude quitarme la idea de morderla, de devorarla con la ansiedad que la vida se había empeñado en acumular en mi. 

¿Cómo olvidar aquel árbol? Con sus ramas hermosamente torcidas, con sus hojas color carmín, tal y como la sangre que me regalaste para poder llegar hasta ahí. El viento no podía mover aquellas hojas, no porque no lo quisiera, sino porque en aquel lugar dentro de tu alma, no había ningún aire. Quisiera haber muerto sin respirar, pero tu calor me mantenía vivo, me daba la energía reticente para que mi alma sufriera al perderte otra vez. Ojalá pudieras haberte visto en tus adentros, y tocaras las venas que alimentaban aquella planta. 

Mordí aquel fruto, y mis labios se entumecieron de inmediato. Mi corazón sintió el regocijo de terminar su ciclo incansable. Abracé tu tronco, y llore del dolor que punzaba profundo, fuerte en el pecho. Y la locura llegó a mi cuando no pude parar de reír. Cada músculo dolía cada vez mas, en tensión por la hilaridad de tu recuerdo. De recordar como tus ojos me guiaron hasta ese lugar, de como la increíble paradoja de nuestro cariño terminó por procrear un fruto tan ponzoñoso. 

Debiste ver, cómo mis manos se volvieron ramas, y debiste ver, como un nuevo árbol abrazó tus hojas, y debiste ver cómo la nueva vida surgió, para acabar con la vida los curiosos.


Kundu del Castillo

Te extraño


Se enteró de aquel fenómeno del que alguna vez todos han hablado. Y no fue sino hasta que se vio obligado a transmitir la noticia, que se decidió a verlo por si mismo. Tomó sus recuerdos, y los envolvió sobre si mismo. Quería que todo en él, estuviera presente para sentirse uno mismo de nuevo. Aún así, se prestó a la incertidumbre. Paso tras paso sintió la emoción propia de aquellos momentos que lo hicieron suspirar, y esperó también, ser digno de volverlo a experimentar. No olvidó meterse su orgullo en el bolsillo, tal vez lo necesitaría.

Subió los escalones para llegar a donde el universo lo esperaba, sólo para darse cuenta de que la ventana que se abría sobre él en ese cielo, no podía ser más grande que la de sus ojos, y deseó por ese instante arrancar aquellos límites que su visión le proporcionaba. Se quedó parado un par de minutos, mirando el mundo a su alrededor, aquel que sin pedir algún permiso se colocó sobre lo natural. Apagó con sus ojos, cada luz que pudiera estorbar, y mientras lo hacía, recordó la belleza de querer compartir algo tan basto como la existencia con un ángel. Sintió aquella calidéz característica de su ceño fruncido, y cerró los ojos.

Al principio no hubo más que la nada, manchada de vez en cuando con la imagen de alguna memoria lo suficientemente intensa para quemar en el fondo oscuro, una sombra de lo que aún se desea conservar. Se sintió atravesar su propia alma, deshebrando cada sentimiento, hilo por hilo, y colocándoselos en la boca. Su sabor no era más dulce que el vino joven, y su textura era eléctrica. Lo hicieron llorar.

Abrió sus ojos por fin, y lo que miró no fue el cielo, sino el universo entero. Sus incontables estrellas brillaban intensas y estables para ser admiradas. Sintió, como el firmamento se movía, o más bien, lo hacía él junto con el mundo. Y en ese instante recordó, que el universo está ahí, existiendo, y que sin su presencia, la existencia es la existencia. En ese instante, su pecho se abrió de par en par, y de él, salieron sus tristezas, salieron sus lamentos y se disiparon en el vacío del espacio, que mal llamado, es todo menos vacío. Sus sentimientos brotaron imparables hacia el cielo, y a pesar del dolor, sus rostro no era otro más que el de un sonriente súbdito de el existir. Y entonces, vio caer la primera estrella...

Su pecho se cerró, y la luz proveniente de algún lugar se disipó también. Sólo fue el, y un haz de luz. Y lo que se introdujo en él, no fue sólo el imaginar un futuro, sino recordarlo. Dentro de su alma, se agolparon sus diferentes tiempos, que se expresaban todos a la vez por su mirada incauta. Disfrutó cada instante microscópico que duró aquella estrella al caer, y recordó de pronto que tenía el derecho a un deseo.

Pidió saber que pedir... Y la respuesta se hizo clara. Abrió su boca grande, y aspiró cuanto pudo, quería tragarse el cielo, quería sacudir el firmamento. Quería ver otra estrella caer... Y tal vez un segundo después, si tal cosa existió para él, otra estrella rasgó el cielo, y cortó su mirada por mitad. Se dejó caer hacia arriba, desprendiendo sus zapatos de la tierra que lo había procreado, y que ahora debía dejar ir, tal y como un árbol deja volar su semilla. Lo hizo rápido, con infinidad, extendió sus manos lo más que pudo y la atrapó.

Era más pequeña de lo que pudiera haber imaginado, pero quemaba su palma con mucha intensidad. Atravesaba lento y escupía su luz por cada poro en su piel. Supo que no podía conservarla por mucho. Cerró fuerte su puño, observando como su carne se hacía traslúcida con tanta luz. Se dejó caer de nuevo, esta vez hacia el suelo, pero esta vez, lo hizo cerca de una ventana que él conocía bien. Le pareció absurdo, pero ni siquiera tanta luz podía arrebatar el sueño de aquel ángel. Se colocó cercano a su rostro, y pudo percibir aquel aroma a electricidad. El astro en su mano, imploraba por una salida, quería seguir con su camino trazado en el universo. Y cuando sintió que la estrella estaba por atravesar su palma, se decidió ha hacerlo por fin, y la colocó en su boca. De sus ojos, no pudo salir ninguna luz, pues nada podría haber cegado en lo más mínimo al hombre que miraba con ternura a aquel ser hermoso dormitando. Y con la estrella en su boca, la besó...

Fue entonces, cuando el vacío del espacio, y de su pecho, dejó de llamarse vacío. Para darle un nuevo nombre, para resignificar aquellos recuerdos de su futuro. La despertó, sus ojos se abrieron de golpe, y al notar sus labios encendidos, comprendió que se trataba únicamente de la unión inefable de la existencia con la añoranza. Él la llamó por su nombre y le susurró al oído lo único que le vino a la mente:








Kundu del Castillo

Un día...


Y así fue como terminé, caminando sobre aquellos camino que quisiera no conocer tan bien.

     De no haber sido por aquella mirada tuya, quien sabe donde hubiera estado, pero el pasado nunca existió para nosotros, ni tampoco ese futuro que imaginamos, sólo quedaba vivirnos y pensar que ni el segundo anterior ni el posterior importaban. Sólo era tu mirada, y sólo era tu sonrisa. 

     Caminé sólo un par de kilómetros más (o la medida que se usara en aquella época) miré el horizonte frente a mi y vi a los pájaros ser devorados por el sol que quemaba mis pestañas. Sentí la brisa húmeda y salada que llenaba la comisura de mis labios con la sal que tanto te gustaba quitar. Era un hecho que no volvería, no después de que la luna pereció. Delante de mi, se extendía un inmenso océano, que más que estar lleno de agua, estaba lleno con tus recuerdos. Me descalcé y puse mis pies en la arena fría; una imagen vino a mi mente: Eramos tu y yo bailando. Por supuesto, era un Vals.

     El aroma de tu cabello inundaba mis poros, y nuestro aliento intoxicaba los sentidos. Nuestros pies se movían al ritmo lento y apasionado de aquella música. Un, dos, tres... tu cabeza se encajó en mi pecho, para comprobar que mis latidos, eran los que marcaban tus pasos, un, dos, tres... Dijiste algo, quisiera recordar que fue. 

     Abrí los ojos, y el mar seguía ahí, acariciando mis dedos con aquella espuma que, delicada, me decía que me acercara más. No lo dudé, y sintiendo un nudo en la garganta, me adentré hasta que el agua llegó a mi pecho. El sol pintaba el océano de color naranja, y su aroma era el de un lienzo que jamás podrá terminar de pintarse; como tu.

     Me di el lujo de meditar unos minutos, mientras mi cuerpo tiritante se acostumbraba a el agua que se absorbía, no por mi piel, sino por mi mente. Cuando menos me lo esperaba, ya estaba flotando mar adentro, levitando suavemente, como si fuera a tus brazos. Un recuerdo más profundo tomó posesión de mi: Era tu silueta, recortada por el resplandor de un atardecer tan rojo como el que tenía frente mí en ese momento. Me acerqué lentamente para asustarte, ¿cómo iba a hacerlo, si sabías que estaba ahí antes de que siquiera pensara en otra cosa más que tu cintura? Volteaste ligeramente y señalaste el horizonte, me adelanté unos pasos para rodearte con mis brazos y mirar al infinito que se presentaba incompleto frente nuestras pupilas. Te respiré de nuevo, ese aroma que entibiaba mis pensamientos, y hacía que mi piel se sintiera tan cómoda. Nos quedamos mirando el sol ocultarse, hasta que tu madre: La luna, se le ocurrió mostrarse en lo alto. Por un único segundo, que nunca olvidaré, dejaste de mirar mi alma con tus manos, y las extendiste hacia el astro que te llamaba, que te transformaba en eso que eres. Y comprendí donde estaba parado.

Mis ojos se abrieron una vez más, y mi cara flotante apuntaba hacia aquella gran sustituta, blanca, redonda, y que acaricia los párpados. Aquella luna que amas tanto, estaba ahí, esperando una respuesta de mi garganta. Le dije que la amaba, y seguramente, lo hice al mismo tiempo que tu. Me hundí por fin en las olas, y ese color azul profundo, rasgado por los rayos de la noche, se apoderó de mis sentidos. Disfruté de el frío de la profundidad, que se volvía negra con mi avance. Cuando todo se volvió negro absoluto, cuando todas las direcciones eran lo mismo, y cuando ya no supe decir la diferencia entre la total oscuridad y mis ojos cerrados, entonces... 

Apareciste.



                                Kundu del Castillo

Kundu del Castillo

Kundu del Castillo

Relatos de un cuervo

Relatos de un cuervo
Sin ser humano, se decidió por fin a dar vida a la razón.

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Existen una minoría en este mundo, de personas que se quedan admirados de su propio pensamiento, y no obstante, que se dan cuenta de la peculiaridad de esa cualidad como especie que tenemos, de conocer y pensar sobre nuestro nuestra propia situación llamada existencia. Me considero una persona al tanto de la belleza que nos rodea, al tanto de los diferentes mundos que existen dentro de las mentes de los otros. Y gracias a eso, me he convertido en una persona en constante búsqueda de aquellos que parecen brillar y resaltar de entre una multitud de indiferencia, y tal vez ignorancia hacia la naturaleza que nos rodea. A través de este medio, quisiera idealmente hacer saber, mi lado menos humano, y por lo tanto, más natural, con la esperanza de que por un instante dejen a un lado su humanidad y se dediquen a observar, a pensar, y saborear las texturas de la subjetividad.

Por ejemplo, si vienes a visitarme todos los días a las cuatro de la tarde, desde las tres ya estaré felíz.

Lean esto:

Saber que

Saber que

la nada

la nada

eres tu.

eres tu.

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