Debajo de las gotas de mi regadera, pensé y pensé en las fortuitas desventuras por las que mi alma pasa.
Y es la segunda vez, desde entonces, que me encuentro saludando de nuevo al frío piso de la ducha, que en realidad es más cálido que mis pensamientos.
Gota a gota, tallada tras tallada, rasguño tras rasguño... lo que intento es limpiar mi alma.
No me queda norte ni rosa que me guíe, sólo mi persona que brota con mi tristeza, y después de tantos años, sigue siendo la única que acompaña mis noches. Tal vez mi promesa se cumpla sólo con ella.
Tal vez fue eso, que no pasamos una noche entera, el sello infinito que siempre dije honrar, pero fueron más mis ganas que mis acciones supongo. O tal vez fuiste tú, que desde un principio lo supiste.
El agua cae duramente en mi rostro, como bofetadas por cada vez que fui inocente, en que creí, en que soñé, en que me atreví a pensar bien, para variar.
Me ahogo con aire, que mueve la brisa y el rocío hacia donde mi rostro no soporta una historia más. Todas escritas con mi puño débil que ansiaba escribir sólo una. Pero en vez de eso, se dedica a llenar página tras página, con letras que sólo significan algo para mi, y que después de leerse, sólo dejan a la imaginación el terrible destino que debe estar pasando su autor. El sufrimiento, sin duda, que arde en mis dedos.
Cuatro mil hojas, todas hechas de paja. Es más o menos lo que traje a la vida, una historia sin protagonista ni conflicto. Lo único que se puede apreciar, es el clímax, el cuál fuimos expertos en prolongar.
(Sigue cayendo el agua) No soporto, no soporto mi peso, ni el de aire a mi alrededor, y este piso tan frío y tan húmedo que deshace el libro que tengo en mis manos. Todas las promesas, se borran con la corriente, y todo el futuro se desvanece con cada hoja que el agua deshace al contacto.
Mi alma, no deja de gritarme, sonidos que ya conozco y que me gusta ignorar. Me grita verdades sin piedad, verdades que uno siempre sabe que lo mantienen a uno vivo. Pero ya es tarde, sin pena y sin gloria mi voz gana su guerra, y digo a lo alto el improperio que me viene a la mente. No ofendo a nadie de cualquier modo, sólo mi ser se siente ofendido, por haber creído tan ciegamente, por haber entregado mi garganta a semejante empresa. Lo aposté todo por esa tinta, y la paja que con ella se escribió.
No puedo evitar culpar a mis dedos, sutiles y a la vez descuidados, siempre en busca de una mano para el contacto. Culpo a mis ojos, siempre en busca de otros que buscan también, culpo a mi pecho por buscar albergar una vida como esta. Pero los culpo a todos a la vez, por haber dejado de buscar. Por haberse dedicado a escribir solamente, historias con final y sin principio, y principios sin finales donde morir. La culpa es mía por deshojar estas páginas.
Mis párpados a penas y pueden ver tras las gotas que los golpean, pero no importa, pues es un reto poder ver a través de una lágrima. De cualquier modo ya están lo suficientemente rojos, y sigue sin importar.
(Y el agua no se detiene) ¡Nunca lo hace! Cada día, cada historia sin antagonista, cada faceta de mi vida se escribe en este libro de paja, frágil, combustible, que no desea otra cosa que volverse piedra, tan sólo para evitar su erosión. Pero no, por ahora no. No importa cuan profundo llegues las uñas, no llegarán a mi alma, y no importa que tanta agua corra por mi cuerpo, esa misma alma no llegará a limpiarse. Sólo queda mi mente, que habla con mi corazón, para acusarlo de idiota, y para darle paz.
Así es mi libro de paja, grueso y bromoso, pero con nada dentro.
0 comentarios:
Publicar un comentario